domingo, 23 de diciembre de 2012

SI CRISTO PARTICIPARA DE NUESTRA CENA DE NAVIDAD,

Seguramente sería una cena magnífica, de la cual saldríamos con la certeza de su gran amor para con nosotros. Nos revelaría que no le importó que fuéramos pecadores. Él decidió acompañarnos, no solamente en nuestros convivios y ágapes; no únicamente en nuestra vida diaria. Por mero amor, por un amor que definitivamente no merecíamos, decidió vivir entre nosotros, y entregar Su vida por rescatarnos. Por amor, Dios Padre envió a Su Hijo Jesucristo, y no lo envió para condenar al mundo, si no para que el mundo fuera salvo por Él.


Al venir al mundo, ello fue su objetivo: dar a conocer a Su Padre, y salvar al mundo perdido. Nos dio el regalo de Su sacrificio, para la redención de toda la humanidad que quisiera ser salva. De ahí viene la costumbre de obsequiarnos regalos, conmemorando el precioso regalo de su vida y de su muerte.

El amor de Jesucristo no fue un amor “en pago”, un amor recíproco. Él nos amó primero, cuando el ser humano aún no le amaba. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su hijo en propiciación por nuestros pecados. Romanos 5: 8

De esto, pues, trata la navidad, de esto trata el cristianismo: de amor. De conocer a Dios, y tener Su amor, de vivir Su amor. Jesucristo nos dejó un nuevo mandamiento, antes de reintegrarse a las moradas celestiales: que os améis unos a otros. Juan 13: 34

Y nos manda superarnos en el campo espiritual, para vivir en la máxima expresión de la vida cristiana, así: …añadiendo a la fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 2 Pedro 1: 6.

Que el amor del Señor esté en vuestros hogares en ésta navidad, y esa misma vivencia os acompañe siempre.