viernes, 7 de noviembre de 2008

EL PERDON

EL PERDÓN

Salmo 32: 1-5
Bienaventurado aquel cuya trasgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el dia. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: confesaré mis trasgresiones a Jehová; y tu perdonaste la maldad de mi pecado.

Qué fantástico, poder caminar en senda de justicia. Poder solicitar a Dios que evalúe mi corazón, sabiendo que no encontrará iniquidad en él., que no descubrirá ningún pecado que entorpezca mi relación con Él; que de ese análisis surgirá un corazón constatadamente purgado, seguramente limpio.

La palabra de Dios me dice que ello es posible. Dice el Salmo aquí enunciado: “confesaré mis trasgresiones a Jehová, y tu perdonaste la maldad de mi pecado” Ello, porque en Jesucristo tenemos abundante perdón, esa bella promesa de perdonar todo pecado que le llevemos con un corazón contrito y humillado, con un deseo de cambiar el rumbo de mi vida, de realmente abandonar el actual curso pecaminoso, y de volver mis caminos hacia aquellos que le agradan.

Él, se me promete, perdonará la maldad de mi pecado. Él, se me promete, dejará caer esa culpa por mis pecados confesados sobre Su hombro, para que se hundan en lo profundo del mar, y así, nunca más me los tomará en cuenta.

Puedo ser bienaventurado, es decir, afortunado ante el Señor, si logro que mi trasgresión sea perdonada. ¡Y yo qiuero que mis trasgresiones, que mis pecados, no me sean tomados en cuenta! Tu dices, Señor, que debo confesar mi pecado, y que éste me será perdonado. Hecho ésto, y logrando Tu perdón, podré reiniciar mi anhelada comunión contigo. Bendito seas, Señor.